El inicio de una historia escrita no con tinta, sino con esfuerzo, con sueños, con el eco de los aplausos y los ensayos infinitos. Aquí comienza la historia de Danzarte.

Hace tres décadas, en un pequeño salón con piso de madera y espejos nuevos, nació una idea que cambiaría la vida de muchos. No había cortinas, ni luces, ni público. Solo un grupo de personas con el corazón decidido a convertir la danza en una forma de vida.

Así empezó todo: con el sonido de unos primeros pliés, con niñas que soñaban en puntas, con maestras que creían que la danza podía formar no solo cuerpos, sino también almas. Su corazón fue el ballet. Su alma, la pasión por enseñar con entrega.

Pero el tiempo no se detiene, y la danza tampoco. Con los años llegaron nuevas formas de movimiento, nuevas maneras de sentir. Un día, las bailarinas soltaron el moño, se quitaron las zapatillas y comenzaron a sentir el suelo con los pies descalzos.

A la par, nuevas corrientes llegaron a nuestro escenario: danzas modernas, fusiones europeas y estilos de América que trajeron consigo nuevas emociones, nuevos gestos y nuevas formas de expresión. Así nació también en nuestra academia la danza contemporánea: una expresión más libre, más profunda, más humana.

Entre tutús y zapatillas gastadas, aprendimos que la danza exige disciplina, que el equilibrio no solo se busca con el cuerpo, sino con el espíritu. El ballet nos enseñó que la belleza nace del rigor y que la perfección es una búsqueda constante, nunca un punto de llegada.

Después, la sangre empezó a latir con fuerza y llegaron los ritmos internacionales. Con ellos, descubrimos otro lenguaje: el del carácter, el del fuego, el de la mirada que atraviesa. El flamenco y el tango nos enseñaron que la danza también puede ser temperamento, que no solo se baila con los pies, sino con el alma entera.

Los ritmos latinos nos recordaron de dónde venimos. Del Caribe, del pueblo, de la calle, de la alegría. La salsa, el merengue, la bachata, el reguetón y la música tropical... nos enseñaron a gozar el cuerpo, a celebrar nuestras raíces, a bailar con todos y para todos.

Y junto a ellos, el folclor colombiano volvió a recordarnos que nuestras raíces laten con fuerza: el bambuco, la cumbia, el currulao, el mapalé, ritmos que nos conectan con nuestra tierra, con la gente y con la historia que nos sostiene. Con ellos aprendimos que también se baila para reír, para sanar, para agradecer.

Treinta años después, estas páginas siguen vivas. Cada estilo, cada ritmo, cada movimiento dejó una huella. Hoy Danzarte es una casa con historia, pero también con futuro. Una comunidad que forma artistas, pero sobre todo, seres humanos.

Porque entendimos que la danza no es un solo lenguaje, sino una conversación infinita entre el cuerpo y el mundo. Treinta años después... seguimos bailando. Y este escenario, sigue siendo nuestro hogar.